Caso práctico sobre el Estado constitucional

Caso práctico: El caso práctico consiste en hacer un breve comentario de un folio sobre las dos historias que se narran a continuación –la de Prusia, tiene dos versiones, pero eso es indiferente al tema de fondo-.

PRUSIA. PRIMERA VERSION

En el reinado de Federico, rey de Prusia, había un molino cerca de Potsdam, el cual intercepta- ba la vista de las ventanas de Sans Souci. Enfadado por este estorbo para él en su residencia favorita, el rey mandó preguntar al propietario el precio por el cual vendería su molino. ―Por ningún precio‖, fue la respuesta del resuelto prusiano, y en un momento de enojo, Federico dio orden de que el molino fuera demolido. ―El rey puede hacer esto‖, dijo el molinero cruzando reposadamente los brazos, ―pero hay leyes en Prusia‖. Y desde luego procedió legalmente contra el monarca, y el resultado del proceso fue que la corte sentenció a Federico a reconstruir el molino y a pagar además una gran suma de dinero como compensación por el mal que había hecho. El rey se molestó; pero tuvo la magnanimidad de decir, dirigiéndose a sus cortesanos: ―Estoy complacido de encontrar que existen en mi reino leyes justas y jueces rectos.‖ Hace algunos años que el jefe de la honesta familia del molinero, que había heredado legalmente la posesión de este pequeño bien, se encontró en invencibles dificultades pecuniarias con motivo de las pérdidas sufridas a consecuencia de la guerra, y escribió al rey de Prusia recordándole la negativa dada por sus ascendientes a Federico el Grande y preguntando si su majestad abrigaba el mismo deseo de entrar en posesión de la propiedad, dadas las condiciones embarazosas en que él como propietario se encontraba. El rey escribió inmediatamente, con su propio puño, la siguiente respuesta: ―Mi querido vecino: No puedo permitir que venda usted el molino; éste debe permanecer en su posesión tanto tiempo como exista algún miembro de su familia, porque pertenece a la historia de Prusia. Lamento, sin embargo que esté usted en malas circunstancias económicas, y le envío seis mil marcos para que arregle sus asuntos, esperando que esta suma sea suficiente para rehacer su negocio. Considéreme siempre como su afectísi- mo vecino, Federico Guillermo.‖— Este molino trabaja todavía en la localidad.—

PRUSIA. SEGUNDA VERSIÓN

Se dice que durante el reinado de Federico II de Prusia, monarca al que difícilmente puede calificarse de blando o pusilánime, vivía un humilde molinero cuya propiedad se encontraba en la cumbre de una bella colina. Dicha colina lindaba con uno de los extensos parques de caza del soberano, dándose la circunstancia que el molino obstaculizaba una bella panorámica desde las habitaciones favoritas del rey en su pabellón de caza.

A Federico II se le antojó quitar de en medio dicho estorbo, y envió a un lacayo a que convenciera al molinero para vender el molino y derribarlo. El molinero no estaba por la labor, era un hombre mayor, con dinero suficiente para afrontar su vejez, y cuya máxima ambición era morir en la propiedad que había levantado con el sudor de su frente, año tras año, en su bella colina.

Tras el lacayo, el soberano envió a un secretario, luego a un edecán, a un ministro...hasta que, harto de la tozudez de su vecino, decidió visitarle en persona, convencido de que su presencia impresionaría o amedrentaría al molinero.

"Soy el Rey de Prusia, tu Soberano, te he hecho una generosa oferta por tu molino, porque quiero comprarlo y despejar esta colina" o algo parecido le espetó el rey. El molinero respondió; "Sois el Rey, mi Soberano. Soy vuestro más leal súbdito. Vos QUERRÉIS comprar mi molino, PERO NO PODRÉIS, MIENTRAS HAYA JUECES EN BERLÍN".

INGLATERRA

Un siervo del Príncipe de Gales cometió un delito, y a pesar de la influencia del príncipe el siervo fue sentenciado. Enojado, el príncipe entró en el tribunal y demandó al magistrado que librara al prisionero. El magistrado en jefe, Gascoigne, aconsejó que el príncipe llevara su petición a su padre, el Rey Enrique IV, quién quizás perdonaría al prisionero. El joven príncipe, furioso porque el magistrado no le obedecía trató de quitarle el prisionero al alcaide y llevárselo. El magistrado en ese momento se puso en pie y con voz severa demandó que el príncipe obedeciera la ley y que pusiera mejor ejemplo a sus súbditos. Luego sentenció al príncipe por contumacia. El joven príncipe reconoció la afrenta que había cometido contra la corte y sumiso fue a la prisión. Cuando las noticias llegaron al Rey Enrique IV, éste exclamó "Bienaventurado el rey que tiene a un magistrado poseído del valor para administrar impar- cialmente las leyes; y aún más feliz es el rey cuyo hijo se somete a su justo castigo por haberlas ofendido".

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